Por Inmacula Idañez. Presidenta de la Confederación de Mujeres del Mundo Rural (CERES).
Este 8 de marzo venimos a tender la mano a nuestros
compañeros en puestos visibles de toma de decisiones en todas las
organizaciones relativas a la economía campesina y vinculada al medio rural con
propuestas y apuntando a la realidad con la que convivimos las mujeres del
campo.
Para que las mujeres sintamos atracción por el acceso a los
cargos directivos y veamos la profesión agraria como una salida al empleo se
necesita que el sentido inclusivo de la perspectiva de género inunde todas las
áreas de trabajo. La igualdad, no es sólo cosa de mujeres, es el objetivo final
que queremos alcanzar las mujeres, pero todos y todas hemos de vivir y ejercer
cambios. El camino del feminismo está unido a la transformación social que
vivimos y debe traducirse en modificaciones estructurales en cooperativas
agrarias, en organizaciones profesionales, en consejos de agua y en grupos de
desarrollo rural. La idea no es ser
mujeres cuota, sino ser mujeres palanca que abran la puerta a otras formas de
trabajar.
En 2021 hemos dado a conocer los resultados del estudio “La participación política de las mujeres
campesinas en el Estado español” financiado por Mundubat (https://ceres.org.es/participacion-politica-de-las-mujeres-campesinas-en-el-estado-espanol)
En él queríamos poner de relieve cuáles son las verdades por
las que no estamos en los puestos de toma de decisiones. Como responsable del
Área de Mujeres de COAG mantengo muchas reuniones y encuentros con compañeros y
debates para intentar desbloquear esta situación, escucho continuamente la
culpabilización de las propias mujeres porque cuando se nos invita a ocupar
espacios no queremos acceder a ellos. Eso es verdad, no queremos. Pero realmente
hay que plantearse que esta realidad tiene unos motivos; ¿por qué no miramos lo
que estamos haciendo para que de verdad ellas vean en una organización
extremadamente masculinizada y en esta profesión una casa en la que acogerse?.
El estudio señala en primer lugar el lenguaje (masculino genérico) y los presupuestos públicos de las políticas, planteado desde la neutralidad como uno de los problemas. El “agricultor genuino” no plantea que detrás allá mujeres productoras, nos invisibiliza. También aparecer siempre en un capítulo junto a los jóvenes (también masculinos). A pesar de que compartamos muchas de las soluciones para salir de nuestra exclusión, las causas por las que no accedemos a los derechos son muy distintas. La falta de apuesta decidida por presupuestos destinados de manera expresa, a los modelos productivos de mujeres nos penaliza. Según el diagnóstico del Plan Estratégico de la PAC que entrará en vigor el año que viene: “las explotaciones de mujeres son menos competitivas”. Porque claramente se nos está exigiendo que tengamos grandes explotaciones que puedan competir en mercados internacionales en esa competitividad de precios de esas producciones deslocalizadas que no cumplen con los requisitos sanitarios de las granjas españolas pero que sí entran a Europa para bajarnos a nosotras los precios. La uberización del campo nos expulsa de las oportunidades. Es una falacia estar dando discursos sobre las mujeres como fundamentales para la fijación del territorio cuando con la otra mano se nos invitan a salir.
Nosotras estamos en la agricultura y a la ganadería para
cambiar el paradigma y sólo las organizaciones como COAG, que defiendan este
modelo, serán las que de verdad estarán comprometidas con la igualdad de
derechos para las mujeres. Desde ahí es desde donde exigimos que queremos ser
reconocidas. El discurso no debe centrarse en si las mujeres queremos o no
estar en las directivas, las organizaciones deben mencionar en sus discursos
que sin precios dignos y una agricultura vinculada al territorio, nosotras
nunca vamos a poder acceder.
Se nos plantea como una barrera la cotización a la seguridad
social como autónomas para poder tener los mismos derechos y obligaciones. Y
aquí también nos apuntan con el dedo a estar siendo cómplices de una economía
sumergida cuando no convertimos en visible nuestra productividad. Démosle la
vuelta a la forma de verlo: ¿en qué explotación de las actualmente ahogadas por
los resultados económicos es viable
añadir un nuevo gasto mensual de casi 300 euros?. ¿Hemos de pactar con nuestras
parejas quién de los dos va a cotizar?. De esta manera, nunca vamos a salir del
modelo tradicional de una familia con un cabeza sustentador económico. El
problema no está en cotizar, el problema está en que se nos exigen los mismos
impuestos y las mismas obligaciones a los grandes que a los pequeños. También
consideramos que las ayudas vinculadas a la propiedad de la tierra dejan fuera
a las que no tenemos tierra. Las estadísticas lo dejan claro; en España sólo el
9% de las explotaciones con más de 30 hectáreas están en manos de mujeres. Sin
embargo, en las explotaciones de menos de 5 hectáreas, el 58% son femeninas.
Hay que dotar de sentido a la Política Agraria Social. Siempre estamos analizando
la producción desde la materia prima, la semilla, el producto y todas las
prácticas que se pueden ejercer para preservar la biodiversidad, sobre la
tierra en sí. Pero no nos planteamos en los efectos que ejercen sobre el
sistema social que hay a su alrededor.
A menudo reivindicamos el papel vital de los profesionales de
la agricultura y nosotras. No sólo son mujeres ese 30% que aparece en los
libros de cuentas, las titulares. Las cosechas también salen adelante con la
mano de obra de las mujeres que acompañan en los jornales como “ayuda familiar”
o que gestionan los documentos en las administraciones y organizan en carpetas
en casa todo lo relacionado con el área de relaciones laborales. Nosotras
también somos agricultoras, cuando cargamos las furgonetas de nuestros
productos y nos vamos de ruta por los mercados a venderlos. Hay que ir más
allá, no podemos continuar permitiendo que sean las leyes de un modelo
socialmente injusto quienes nos digan si somos o no somos agricultoras y
ganaderas a los ojos de la ley. El feminismo quiere introducir en el debate
otros componentes del éxito no son sólo 0 en la cuenta corriente. Para nosotras
la viabilidad de una explotación también habla de los derechos sociales y
culturales. Del tiempo para el ocio, para la participación, para la cultura y
para el autocuidado.
Porque nunca alcanzaremos la plena soberanía en nuestro
modelo de producir mientras no haya igualdad y justicia para las explotaciones
y todas las personas que participan en ellas.
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